Vuelo
Un día como hoy, hace veinticuatro años, por primera vez Juana volaba en avión. Lo hacía para cumplir un sueño, lo hacía para conocer ese lugar del que tanto su padre le había hablado. Un lugar distanciado por veintidós horas de vuelo. Un reto que valía la pena vivir. Cuando pasó por la puerta luego de un pasillo largo y espejado desde donde se podían ver unas especies de callecitas de donde las aves de acero despegaban, la saludaron dos mujeres, rubias, altas y uniformadas. Le desearon buen viaje con una sonrisa de oreja a oreja, ella no supo que contestar. Estaba nerviosa. Su padre la acompañaba. Se encontraba a su lado, le apoyó una mano sobre su hombro y la miró. En la otra mano llevaba una tira larga de papel que en ese momento se la alcanza a una de las mujeres, la observa, levanta la mano y le indica que sigan caminando por uno de los corredores. Juana gira la cabeza, se encuentra con unas pocas filas de asientos. Se ven confortables, amplios, similares a los sillones que su familia tiene en el living. Para su caminata y se quiere sentar. Pero su padre la detiene. La mira con un gesto reprobatorio. Levanta su mano, como lo hizo la mujer rubia y le indica que tienen que seguir caminando. Pasan unas aberturas con un cortinado como puerta y se encuentran con una marea de asientos azules. Juana se desilusiona. A estos asientos los ve más parecidos a los que ve habitualmente en el colectivo que a los de su living.
Siguen caminando por el corredor, ya hay personas sentadas que a su paso la saludan. Pero su forma de hablar no es la misma que la de sus vecinos y amigos del colegio, sin embargo su acento le es conocido, lo escucha en su padre. Una mujer grande sentada por uno de los laterales se recuesta y levanta una pequeña pestaña que se encuentra a su lado. Juanita se estira, se para de puntas de pies para ver qué es lo que esa pequeña ventana muestra. Pero su padre al darse cuenta que se había alejado de su lado le llama la atención, la mira y le hace un gesto con la mano. Tenían que seguir caminando.
Cuando finalizó la búsqueda del padre pararon junto a una de las filas de los laterales. Se sentaron. A ella le tocó el asiento próximo a la ventana. Miró al padre, apoyó despacio, sigilosamente una de sus manos sobre la pestañas, volvió a mirar al padre buscando un gesto de aprobación. Comenzó a abrir la ventana poco a poco sin de dejar de observar al hombre que se encontraba a su lado. El padre posó su mirada sobre la niña hasta que los dos estallaron en una risa cómplice que viajo por el avión sin pasaporte.
Juanita quería ver las nubes, pero la ventana solo mostraba esa misma callecita que rodeaba el pasillo espejado que llevaba hasta la entrada del avión. De repente una voz bajó del techo del avión, en realidad cuando la niña alzo la vista pudo apreciar un pequeño parlante de donde salía una voz de hombre. Al comienzo no entendió lo que se decía, luego pudo entender. Estaban a punto de despegar. Al lado del pequeño parlante una luz titilaba, debían ponerse el cinturón. Como cuando viajaba con el padre en el auto, éste le engancho el cinturón. Vio pasar un par de veces a las mujeres que se encontraban en la puerta. Juanita se preguntaba si ellas estarían tan nerviosas como ella lo estaba en ese momento. Su papá le transmitía tranquilidad, esa misma serenidad que siente cuando él está al mando, pero estaba emocionado de volver a su tierra de la que tanto le habló.
Todo comienza a temblar, Juanita ve por la ventana que el avión avanza. El paisaje cambia. Tiembla más y más. La niña vuelve a mirar a su padre. El hombre vuelve a mirar a la niña. Juanita cierra los ojos con fuerza, se muerde los labios mientras siente la mano de su padre pasar suavemente una y otra vez por el pelo. Luego de unos segundos de silencio la voz de su padre le resuena en los oídos tapados por la presión. Le pide que abra los ojos, que todo ya pasó. Se le deslizaban a Juanita un par de lágrimas y su padre la quiso animar.
- Sonreí Juani que vamos a ver a los abuelos.
El padre le secó las mejillas con las mangas de su saco y le señaló la ventana. Juanita miró y no lo pudo creer, por fin habían tomado altura y las nubes habían aparecido. Se sacó el cinturón que le apretaba y pegó la nariz contra el vidrio de la ventana. Miró de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo detenidamente, cada tanto despegaba la cara para tomar unas bocanadas de aire. A una de las mujeres uniformadas que se le paseaba por el corredor le llamó la atención la forma en que Juanita miraba por la ventana. Luego de cruzar unas miradas cómplices con el padre le preguntó el por qué de su actitud. La niña dio vuelta su cara, dejó las nubes por un segundo, miró al padre y por último miró a la rubia mujer y le contestó.
Siguen caminando por el corredor, ya hay personas sentadas que a su paso la saludan. Pero su forma de hablar no es la misma que la de sus vecinos y amigos del colegio, sin embargo su acento le es conocido, lo escucha en su padre. Una mujer grande sentada por uno de los laterales se recuesta y levanta una pequeña pestaña que se encuentra a su lado. Juanita se estira, se para de puntas de pies para ver qué es lo que esa pequeña ventana muestra. Pero su padre al darse cuenta que se había alejado de su lado le llama la atención, la mira y le hace un gesto con la mano. Tenían que seguir caminando.
Cuando finalizó la búsqueda del padre pararon junto a una de las filas de los laterales. Se sentaron. A ella le tocó el asiento próximo a la ventana. Miró al padre, apoyó despacio, sigilosamente una de sus manos sobre la pestañas, volvió a mirar al padre buscando un gesto de aprobación. Comenzó a abrir la ventana poco a poco sin de dejar de observar al hombre que se encontraba a su lado. El padre posó su mirada sobre la niña hasta que los dos estallaron en una risa cómplice que viajo por el avión sin pasaporte.
Juanita quería ver las nubes, pero la ventana solo mostraba esa misma callecita que rodeaba el pasillo espejado que llevaba hasta la entrada del avión. De repente una voz bajó del techo del avión, en realidad cuando la niña alzo la vista pudo apreciar un pequeño parlante de donde salía una voz de hombre. Al comienzo no entendió lo que se decía, luego pudo entender. Estaban a punto de despegar. Al lado del pequeño parlante una luz titilaba, debían ponerse el cinturón. Como cuando viajaba con el padre en el auto, éste le engancho el cinturón. Vio pasar un par de veces a las mujeres que se encontraban en la puerta. Juanita se preguntaba si ellas estarían tan nerviosas como ella lo estaba en ese momento. Su papá le transmitía tranquilidad, esa misma serenidad que siente cuando él está al mando, pero estaba emocionado de volver a su tierra de la que tanto le habló.
Todo comienza a temblar, Juanita ve por la ventana que el avión avanza. El paisaje cambia. Tiembla más y más. La niña vuelve a mirar a su padre. El hombre vuelve a mirar a la niña. Juanita cierra los ojos con fuerza, se muerde los labios mientras siente la mano de su padre pasar suavemente una y otra vez por el pelo. Luego de unos segundos de silencio la voz de su padre le resuena en los oídos tapados por la presión. Le pide que abra los ojos, que todo ya pasó. Se le deslizaban a Juanita un par de lágrimas y su padre la quiso animar.
- Sonreí Juani que vamos a ver a los abuelos.
El padre le secó las mejillas con las mangas de su saco y le señaló la ventana. Juanita miró y no lo pudo creer, por fin habían tomado altura y las nubes habían aparecido. Se sacó el cinturón que le apretaba y pegó la nariz contra el vidrio de la ventana. Miró de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo detenidamente, cada tanto despegaba la cara para tomar unas bocanadas de aire. A una de las mujeres uniformadas que se le paseaba por el corredor le llamó la atención la forma en que Juanita miraba por la ventana. Luego de cruzar unas miradas cómplices con el padre le preguntó el por qué de su actitud. La niña dio vuelta su cara, dejó las nubes por un segundo, miró al padre y por último miró a la rubia mujer y le contestó.
- Busco a mi mamá. ¿Me avisa cuando lleguemos a Buenos Aires?
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