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Ensayo

El arte del periodismo

“¿Cómo puede un escritor combinar con buen resultado dentro de una sola forma todo lo que sabe de todas las otras formas literarias?” se planteaba Capote luego de una vida de escindir su vocación de periodista y su talento para la ficción. Su respuesta sería la “novela verídica”, como él bautizó al género naciente. En este lado del mundo, “crónica” es el nombre que tomaría ese híbrido entre la literatura y el periodismo. El texto de no ficción resulta una herramienta poderosa del periodismo para sacar a la luz otras historias. Pero hoy este término se ha bastardeado amén de la inmediatez y de abaratar los costos que implica realizar una investigación completa. La crónica no es un género periodístico más, los cronistas no sólo cuentan un suceso sino que también presentan en primer plano su perspectiva particular ante estos hechos. Entonces me pregunto si la crónica no es en definitiva política y arte a la vez.
Comienzo mi búsqueda tratando de definir cuáles son los mecanismos o las herramientas que un escritor utiliza al realizar un texto de no ficción. Una voz autorizada en estas cuestiones resulta ser Capote. Quien expresa en el marco del prefacio de Música para camaleones: “Desde hacía muchos años me sentía atraído hacia el periodismo como una forma de arte en sí mismo (…)”. El autor de Adorable criatura, como sucede en todo experimento, se basa en géneros preexistentes para elaborar algo nuevo, desestructurante: “Yo quería escribir una novela periodística, algo en mayor escala que tuviera verosimilitud de los hechos reales, la cualidad de una película cinematográfica, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía.”
La conjunción de géneros que admite la crónica permite al periodista asirse de todos aquellos conocimientos que lo han formado como escritor, es la respuesta a la pregunta formulada por Capote. Es una nueva forma que queda exenta de ser categorizada como “género” ya que delimitan, o eso es lo que se piensa cuando hablamos de ellos, de algún modo organizan o regulan las relaciones literarias y permiten trazar diferencias: los géneros proporcionan un conjunto de normas para clasificar y ordenar los textos. Entonces la noción de género como una categoría cerrada y definida, resulta poco válida para la no-ficción, para la novela verídica o para la crónica.
En este sentido a Carolina Reymundez, autora de la crónica Operación JaJa, se la indaga sobre su definición del género al que se dedica:
“Me gusta pensar la crónica periodística como un pedazo de mundo construido. Un mundo geográfico en el sentido más amplio de la territorialidad: informativo, sensorial, literario, personal. En una crónica se debería poder disfrutar de la lectura, no sólo por la necesidad de la información sino por el gusto de asomarse a ese mundo. Por eso, se busca un lenguaje distinto del que vemos en el periodismo diario, y se habla del cruce de géneros entre el periodismo y la literatura (…)”[1]
Habría que hablar entonces de un discurso que supera y evita las limitaciones de toda clasificación e incluye diversas clases de textos más o menos cercanos al periodismo o a la ficción, en tanto se produzcan cierto tipo de transformaciones narrativas. Lo especifico del género está en el modo en que el relato de no-ficción resuelve la tensión entre lo “ficcional” y lo “real”. El encuentro de ambos términos surge una construcción nueva cuya particularidad está en la constitución de un espacio intersticial donde se fusionan y distribuyen al mismo tiempo los límites entre distintos géneros. (Amar Sánchez p. 19)
٭٭٭
“Me gusta la palabra crónica. Me gusta (…) que en la palabra crónica aceche cronos, el tiempo. La crónica es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive.”[2] Comenta el escritor y cronista Martin Caparrós. Pero también es un intento de desterrar del lenguaje periodístico la simulación de la objetividad al que hoy rinden culto los medios de comunicación. Para Caparrós el truco ha sido equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con manejo, con trampa. Pero la subjetividad es ineludible, siempre está, concluye.
La crónica surge como una forma esencial para el periodista que se permite reflexionar sobre la honestidad y del falso intento de objetivar que conlleva su tarea. Hernán Brienza, el autor de A caballo de la fe, sentencia: “(…) Una buena crónica es aquella que habla de y por todas las crónicas. Lo que sí creo es que no hay nada más alejado de la realidad que las crónicas periodísticas falsamente objetivizadas desde el lenguaje y desde las técnicas de investigación (…) Por eso creo que la crónica de autor es el último refugio de honestidad metodológica del periodista.”[3]
Con honestidad Caparrós se refería a aceptar que el modo de disponer el material y su narración producen transformaciones: los textos ponen en escena una versión con su lógica interna, no son una “repetición” de lo real sino que constituyen otra realidad regida por leyes propias con la que cuestionan la credibilidad de otras versiones.
La crónica propone una estructura donde trabaja con materia documental sin ser por eso “realista”: pone el acento en el montaje y el modo de organización del material, rechaza el concepto de verisimilitud como “ilusión de realidad”, como intento de hacer creer el texto se conforma a lo real y puede “reflejar fielmente” los hechos.
La realidad no se puede describir “tal cual es” porque el lenguaje es otra realidad e impone sus leyes: de algún modo recorta, organiza y ficcionaliza. El relato de no-ficción se distancia tanto del realismo ingenuo como de la pretendida “objetividad” periodística, produciendo simultáneamente la destrucción de la ilusión ficcional, en la medida en que mantiene un compromiso de “fidelidad” con los hechos, y de la creencia en el reflejo exacto e imparcial de los sucesos.
Uno de los rasgos fundamentales de la crónica es su búsqueda de la verdad de los hechos. La verdad es la que surge de los testimonios recogidos, de su montaje, y no está en una realidad de la que se puede dar cuenta fielmente, sino que es el resultado de la construcción. Los acontecimientos no sufren un proceso de modificación, sino que dependen de una enunciación que es siempre una postura, y una elección histórica. Es decir, la fusión entre el narrador textual y autor real, como describe Amar Sánchez, arrasa consigo una notable incidencia de lo personal: su voz, su perspectiva implican siempre una politización del relato.
Es necesario distinguir lo real de la realidad, una constricción; no hay una realidad, sino múltiples realidades construidas socialmente que dependen para su constitución de numerosos factores. Nuestra forma de describirlo entonces, es una construcción cultural.
En tal sentido Martin Caparrós expresa que la crónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo, es una manera de decir al mundo también puede ser otro. La crónica, en definitiva, es política.
En este punto hay una característica de la crónica que no puedo dejar de mencionar y que se constituye como su noema[4], como parte inseparable de ella: la inclusión del autor en el texto. Como afirma Caparrós, la crónica es el periodismo que dice yo.
“Yo, cronista, estoy en medio de la crónica, la camino. Entro en la historia, la padezco, me enojo, sudo, salgo, vuelvo a entrar y la expulso como viene. Alguien dijo que era literatura bajo presión; yo digo que es periodismo sin cáscaras.” De esta forma, Gonzalo Sánchez autor de Los dueños del fin del mundo describe el rol del escritor dentro de la crónica y esas palabras también encierran la descripción de ella misma: periodismo sin cáscaras.
En algún momento se su replanteo Capote “sentía que era esencial, para el tono aparentemente objetivo del libro, que el autor permaneciera ausente.” Y es que en realidad, como lo admite el mismo, en todos sus personajes, siempre intentó mantenerse, lo más invisible que fuera posible. “Ahora sin embargo, me coloqué en el centro del escenario y empecé a reconstruir, de una manera severa y mínima, conversaciones cotidianas con personas comunes (…) Después de escribir cientos de páginas sencillas, llegué a conseguir un estilo. Había descubierto un marco dentro del cual podría asimilar todo lo que sabía del arte de escribir.”[5] Capote debió entonces al igual que los cronistas salir de la “cáscara”, de la norma, del género cerrado, para ponerse en el medio del escenario en la búsqueda del (como él lo define) arte en el periodismo. La crónica es en definitiva una forma de arte.
He recapitulado las diferentes descripciones que se pueden encontrar de este estilo en boca de sus propios creadores. Y aunque a la crónica no le quepa el corset de la definición, existen cuestiones en que las voces se aúnan: La crónica se constituye como un discurso que resuelve la tensión entre lo periodístico, lo ficcional y lo artístico. Que expulsa por completo la pretendida sensación de objetividad, para dar paso a la voz del periodista, para aceptar que la subjetivación siempre está presente. Teniendo en claro que los hechos no sufren un proceso de modificación, sino que dependen de una enunciación que es siempre una postura, una perspectiva y una política.
[1] Reymundez, Carolina. En M. Tomas (2007), La Argentina crónica. Buenos Aires: Planeta. p. 38.
[2] Caparrós, Martin. (2007) Prologo: Por la crónica. En: M. Tomas (2007), La Argentina crónica. Buenos Aires: Planeta. p. 8.
[3] Brienza, Hernán. En: M. Tomas (2007), La Argentina crónica. Buenos Aires: Planeta. p. 138.

[4] Termino utilizado por Barthes para referirse a lo que él considera como el orden fundador de la fotografía en su carácter de dispositivo técnico.
[5] Capote, Truman. Música para camaleones. p. 15

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